Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

viernes, 16 de marzo de 2012

El loco del Valbanera.







Al viajero francés le pareció el muelle de correos de La Habana un espectáculo tan fascinante que decidió permanecer allí durante un rato para contemplar aquel extraño trajín. Las bodegas del correo de la Compañía Trasatlántica Española - negro, altanero, con los colores de la neutralidad española pintados en sus amuras y aletas- parecían vomitar un interminable cargamento de sacas de correo, equipajes, cajas de vino y otras mercaderías en torno a las cuales se arremolinaban los estibadores y una ruidosa fauna humana compuesta por jóvenes pilotos uniformados de azul, emigrantes agrupando a sus familias, curas y monjitas, cómicos y putas, estudiantes, aduaneros, funcionarios, sanitarios y militares. Para cualquier persona no familiarizada con el mundo portuario, ver desde fuera aquella aparentemente caótica algarabía resultaba, cuando menos, curioso.
Entre el griterío apareció un sujeto singular que captó de inmediato la atención del francés. Alto, delgado, desgarbado, con una barba entrecana que casi le llegaba al pecho. El escaso cabello que le cubría el cráneo hacía mucho tiempo que no había visto un peine ni había tenido contacto con el agua y el jabón. Vestía una vieja americana cuyas mangas cubrían casi por completo sus manos mugrientas, pantalones raidos que le llegaban hasta las pantorrillas y unas viejas alpargatas de las que habitualmente calzaban los peones en las plantaciones de caña. El viejo empujaba un carrito de bebé en el cual se amontonaban cartones, periódicos y un par de gatos sarnosos tan flacos y esperpénticos como su amo. Sin embargo, de aquella patética figura emana un extraño aire de dignidad. O tal vez sea mejor decir de felicidad. Llevaba alta la cabeza y una media sonrisa enigmática que no casaba con aquellos ojos de mirada perdida en los cuales, si alguien tenía el suficiente valor para fijarse, se podía vislumbrar la demencia.
El viejo vagabundo, ignorando al gentío que rodeaba al trasatlántico español, prosiguió su camino en dirección al muelle paralelo que en aquellos momentos se encontraba vacío. Reparó en el viajero francés que le miraba con cierta curiosidad y se detuvo a su altura. Miró con cautela a uno y a otro lado con un sorprendentemente rápido movimiento de su cuello y casi susurrando, como si le contara un secreto, dijo:
- ¿Sabe?. Este no es el mío. Mi mujer y mis niñas vienen en el vapor de la Pinillos. En el Valbanera que atracará ahí.
El viejo seguía sonriendo mientras señalaba con un dedo mugriento al vecino muelle vacío. Después se acercó hasta el cantil del muelle y quedó allí parado, sonriendo con su mirada vacía. El francés, un tanto escamado se volvió hacia un aduanero cubano que había sido testigo del comentario mientras leía despreocupadamente el Diario de la Marina con su gorra de plato echada hacia la nuca y apoyado en una pila de fardos de tabaco
- ¿El Valbanera?. ¿Viene hoy otro correo? -preguntó al aduanero que soltó una carcajada socarrona.
- No señor, no. El Valbanera era en efecto un trasatlántico español de los que venían aquí a La Habana. Pero se hundió hace.....uhmm...... veintiún años. Con todos sus pasajeros y tripulantes. Venía desde Santiago pero nunca llegó a entrar en el puerto. Se lo tragó un ciclón de los peores que hemos tenido por aquí. Dicen que ese desgraciado - dijo mientras señalaba con la cabeza al viejo- desembarcó en Santiago y viajó hasta aquí en tren para preparar una casa para su familia que quedó a bordo del Valbanera. Se ahogaron ¿sabe usted?. Desde el año 1919 el pobre viejo viene todos los días al muelle para recibir a su familia que cree viene en el Valbanera. En fín................
El aduanero suspiró y se volvió a concentrar en su ejemplar del Diario de la Marina. El francés fascinado por el pequeño relato se acercó al viejo que seguía inmóvil en el cantil del muelle con sus ojos perdidos en el canal de entrada al puerto. El viajero intentó hablar con él. Pero el viejo ya no le oía. En sus oidos únicamente resonaban las pitadas del Valbanera que anunciaba su entrada al puerto. Y de sus ojos había desaparecido la sombra de la demencia. Humedecidos por la emoción ahora resplandecían al contemplar la airosa figura del trasatlántico empenachada de humo negro. Ya estaba ahí el Valbanera. Y su mujer. Y sus pequeñas.
El Loco Valbanera o Loco del Valbanera, que de ambas formas se le conoció en La Habana durante muchísimos años. Dice la tradición popular que uno de sus viajes al muelle para esperar a su familia un tranvía le seccionó las piernas. Y que cuando se recuperó, aún sin piernas seguía acudiendo al muelle en un tosco carrito de madera, como aquellos que usaban muchos mutilados después de nuestra Guerra Civil. ¡Qué historia!. Un buen número de personas me ha preguntado durante los muchos años que llevo investigando el naufragio del Valbanera si esta historia será cierta y mi respuesta ha sido invariablemente la misma; ¿Y qué más dá?. Esta historia , sea real o sea un mito, es importantísima. Al igual que lo es la de la pequeña Paulita Zumalave , de La Palma, que pasó todo el viaje llorando porque decía que el barco se iba a hundir o el niño pequeño de la familia Brito Ramírez, que eran de Telde, y que tampoco quería embarcar porque decía que se lo iban a comer los "surrinos". Y lo son por una simple razón; porque hacen que el hecho histórico permanezca vivo en la memoria del pueblo algo especialmente necesario en un país como el nuestro, un país sin memoria, al menos en mi modesta opinión.
Han pasado ya 84 años desde que el Valbanera se fue directamente al corazón de las tinieblas. 84 años de olvido. De los supervivientes del Titanic, el barco de los sueños rotos, se dijo que sobrevivieron y que quedaron a la espera de un absolución que nunca llegó. Tampoco llegó a los del Valbanera. Ni a los que sobrevivieron ni a los que se ahogaron en el naufragio. A los primeros porque, con alguna contada excepción, ni siquiera conocemos sus nombres, sus historias, sus porqués................. Y a los muertos porque nos olvidamos de ellos con demasiada rapidez. Sus huesos aún reposan entre los viejos hierros del pecio del Valbanera esperando a que alguien los rescate del olvido. Tal vez incluso para traerlos a España y cerrar así unos de lo más trágicos episodios de nuestra historia marítima.
Pero mientras esto ocurre, son necesarias y tan importantes como las historias de las que antes hemos mencionado iniciativas de todo tipo que nos permitan mantener viva la memoria de nuestra historia marítima. Exposiciones, páginas webs, relatos y narraciones que nos querías aportar.Y decimos que es importantes estas iniciativas porque si vosotros o vuestros hijos, amigas y amigos que habéis decidido pasar un rato visitando esta web o colaborando con nosotros, recordáis de cuando en cuando merced a vuestras visitas, que existió un barco llamado Valbanera el cual se hundió con 500 compatriotas a bordo significará que esas personas no han muerto del todo y que aún pasean por las cubiertas del Valbanera ya que el viejo trasatlántico seguirá navegando en nuestra memoria y en nuestros corazones al igual que navegaba en la imaginación del viejo Loco del Valbanera.


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