Al viajero francés le pareció el muelle de correos de
La Habana un espectáculo tan fascinante que decidió permanecer allí durante un
rato para contemplar aquel extraño trajín. Las bodegas del correo de la
Compañía Trasatlántica Española - negro, altanero, con los colores de la
neutralidad española pintados en sus amuras y aletas- parecían vomitar un
interminable cargamento de sacas de correo, equipajes, cajas de vino y otras
mercaderías en torno a las cuales se arremolinaban los estibadores y una
ruidosa fauna humana compuesta por jóvenes pilotos uniformados de azul,
emigrantes agrupando a sus familias, curas y monjitas, cómicos y putas,
estudiantes, aduaneros, funcionarios, sanitarios y militares. Para cualquier persona
no familiarizada con el mundo portuario, ver desde fuera aquella aparentemente
caótica algarabía resultaba, cuando menos, curioso.
Entre el griterío apareció un sujeto singular que
captó de inmediato la atención del francés. Alto, delgado, desgarbado, con una
barba entrecana que casi le llegaba al pecho. El escaso cabello que le cubría
el cráneo hacía mucho tiempo que no había visto un peine ni había tenido
contacto con el agua y el jabón. Vestía una vieja americana cuyas mangas
cubrían casi por completo sus manos mugrientas, pantalones raidos que le
llegaban hasta las pantorrillas y unas viejas alpargatas de las que
habitualmente calzaban los peones en las plantaciones de caña. El viejo
empujaba un carrito de bebé en el cual se amontonaban cartones, periódicos y un
par de gatos sarnosos tan flacos y esperpénticos como su amo. Sin embargo, de
aquella patética figura emana un extraño aire de dignidad. O tal vez sea mejor
decir de felicidad. Llevaba alta la cabeza y una media sonrisa enigmática que
no casaba con aquellos ojos de mirada perdida en los cuales, si alguien tenía
el suficiente valor para fijarse, se podía vislumbrar la demencia.
El viejo vagabundo, ignorando al gentío que rodeaba al
trasatlántico español, prosiguió su camino en dirección al muelle paralelo que
en aquellos momentos se encontraba vacío. Reparó en el viajero francés que le
miraba con cierta curiosidad y se detuvo a su altura. Miró con cautela a uno y
a otro lado con un sorprendentemente rápido movimiento de su cuello y casi
susurrando, como si le contara un secreto, dijo:
- ¿Sabe?. Este no es el mío. Mi mujer y mis niñas
vienen en el vapor de la Pinillos. En el Valbanera que atracará ahí.
El viejo seguía sonriendo mientras señalaba con un
dedo mugriento al vecino muelle vacío. Después se acercó hasta el cantil del
muelle y quedó allí parado, sonriendo con su mirada vacía. El francés, un tanto
escamado se volvió hacia un aduanero cubano que había sido testigo del
comentario mientras leía despreocupadamente el Diario de la Marina con su gorra
de plato echada hacia la nuca y apoyado en una pila de fardos de tabaco
- ¿El Valbanera?. ¿Viene hoy otro correo? -preguntó al
aduanero que soltó una carcajada socarrona.
- No señor, no. El Valbanera era en efecto un trasatlántico español de los que venían aquí a La Habana. Pero se hundió hace.....uhmm...... veintiún años. Con todos sus pasajeros y tripulantes. Venía desde Santiago pero nunca llegó a entrar en el puerto. Se lo tragó un ciclón de los peores que hemos tenido por aquí. Dicen que ese desgraciado - dijo mientras señalaba con la cabeza al viejo- desembarcó en Santiago y viajó hasta aquí en tren para preparar una casa para su familia que quedó a bordo del Valbanera. Se ahogaron ¿sabe usted?. Desde el año 1919 el pobre viejo viene todos los días al muelle para recibir a su familia que cree viene en el Valbanera. En fín................
- No señor, no. El Valbanera era en efecto un trasatlántico español de los que venían aquí a La Habana. Pero se hundió hace.....uhmm...... veintiún años. Con todos sus pasajeros y tripulantes. Venía desde Santiago pero nunca llegó a entrar en el puerto. Se lo tragó un ciclón de los peores que hemos tenido por aquí. Dicen que ese desgraciado - dijo mientras señalaba con la cabeza al viejo- desembarcó en Santiago y viajó hasta aquí en tren para preparar una casa para su familia que quedó a bordo del Valbanera. Se ahogaron ¿sabe usted?. Desde el año 1919 el pobre viejo viene todos los días al muelle para recibir a su familia que cree viene en el Valbanera. En fín................
El aduanero suspiró y se volvió a concentrar en su
ejemplar del Diario de la Marina. El francés fascinado por el pequeño relato se
acercó al viejo que seguía inmóvil en el cantil del muelle con sus ojos
perdidos en el canal de entrada al puerto. El viajero intentó hablar con él.
Pero el viejo ya no le oía. En sus oidos únicamente resonaban las pitadas del
Valbanera que anunciaba su entrada al puerto. Y de sus ojos había desaparecido
la sombra de la demencia. Humedecidos por la emoción ahora resplandecían al
contemplar la airosa figura del trasatlántico empenachada de humo negro. Ya
estaba ahí el Valbanera. Y su mujer. Y sus pequeñas.
El Loco Valbanera o Loco del Valbanera, que de ambas
formas se le conoció en La Habana durante muchísimos años. Dice la tradición
popular que uno de sus viajes al muelle para esperar a su familia un tranvía le
seccionó las piernas. Y que cuando se recuperó, aún sin piernas seguía
acudiendo al muelle en un tosco carrito de madera, como aquellos que usaban
muchos mutilados después de nuestra Guerra Civil. ¡Qué historia!. Un buen
número de personas me ha preguntado durante los muchos años que llevo
investigando el naufragio del Valbanera si esta historia será cierta y mi
respuesta ha sido invariablemente la misma; ¿Y qué más dá?. Esta historia , sea
real o sea un mito, es importantísima. Al igual que lo es la de la pequeña
Paulita Zumalave , de La Palma, que pasó todo el viaje llorando porque decía
que el barco se iba a hundir o el niño pequeño de la familia Brito Ramírez, que
eran de Telde, y que tampoco quería embarcar porque decía que se lo iban a
comer los "surrinos". Y lo son por una simple razón; porque hacen que
el hecho histórico permanezca vivo en la memoria del pueblo algo especialmente
necesario en un país como el nuestro, un país sin memoria, al menos en mi
modesta opinión.
Han pasado ya 84 años desde que el Valbanera se fue
directamente al corazón de las tinieblas. 84 años de olvido. De los
supervivientes del Titanic, el barco de los sueños rotos, se dijo que
sobrevivieron y que quedaron a la espera de un absolución que nunca llegó.
Tampoco llegó a los del Valbanera. Ni a los que sobrevivieron ni a los que se
ahogaron en el naufragio. A los primeros porque, con alguna contada excepción,
ni siquiera conocemos sus nombres, sus historias, sus porqués.................
Y a los muertos porque nos olvidamos de ellos con demasiada rapidez. Sus huesos
aún reposan entre los viejos hierros del pecio del Valbanera esperando a que
alguien los rescate del olvido. Tal vez incluso para traerlos a España y cerrar
así unos de lo más trágicos episodios de nuestra historia marítima.
Pero mientras esto ocurre, son necesarias y tan
importantes como las historias de las que antes hemos mencionado iniciativas de
todo tipo que nos permitan mantener viva la memoria de nuestra historia
marítima. Exposiciones, páginas webs, relatos y narraciones que nos querías aportar.Y
decimos que es importantes estas iniciativas porque si vosotros o vuestros
hijos, amigas y amigos que habéis decidido pasar un rato visitando esta web o
colaborando con nosotros, recordáis de cuando en cuando merced a vuestras
visitas, que existió un barco llamado Valbanera el cual se hundió con 500
compatriotas a bordo significará que esas personas no han muerto del todo y que
aún pasean por las cubiertas del Valbanera ya que el viejo trasatlántico
seguirá navegando en nuestra memoria y en nuestros corazones al igual que
navegaba en la imaginación del viejo Loco del Valbanera.
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